Coronavirus: La casa puesta a prueba
Esta pandemia ha desatado todo tipo de visiones apocalípticas, pero… ¿van a cambiar tanto nuestras ciudades y casas?
José María Faerna
3 de mayo de 2020
Historiador y periodista especializado en arte, arquitectura y diseño
A principios del siglo XX, Adolf Loos, el más lúcido pensador de la época sobre los desafíos de la vida y la vivienda modernas, gustaba de recurrir a metáforas tomadas de la sastrería. Decía, por ejemplo, que el estilo de la casa de 1910 se diferenciaba del de la de 1900 tanto como la indumentaria masculina de una y otra década, es decir, más bien poco.
El tremendo impacto de una pandemia que, además de sus espantosas consecuencias sanitarias y económicas, nos ha metido a todos en casa, ha desatado todo tipo de expectativas apocalípticas sobre cómo va a cambiar nuestra vida a partir de ahora.
El tremendo impacto de una pandemia que, además de sus espantosas consecuencias sanitarias y económicas, nos ha metido a todos en casa, ha desatado todo tipo de expectativas apocalípticas sobre cómo va a cambiar nuestra vida a partir de ahora.
Damos por hecho que nuestras casas habrán de ser muy distintas después de esta sacudida. Algunos incluso cuestionan el futuro de las ciudades, cuya densidad ha pasado en veinticuatro horas de aliado imprescindible de la sostenibilidad a letal vivero de contagios. Sin embargo, lo más probable es que la ciudad siga siendo el horizonte de la vida social tras la pandemia –las ciudades europeas florecieron en los muy pestíferos siglos XIII y XIV– y que las casas sean parecidas.
La mayor parte de las supuestas novedades domésticas que se vinculan con la pandemia son tendencias ya detectadas hace tiempo: veinte años atrás, en la era antes de Netflix, se puso de moda el término cocooning, aquellos hogares de los que no querríamos salir en torno a aparatosos home cinemas alimentados por DVD, y el equipamiento para home office ya es un lugar común de los catálogos de mobiliario.
La conmoción de la pandemia es tal que ha producido un enorme malentendido, como si tuviéramos que resignarnos a convivir con ella para siempre. Si la próxima peste nos vuelve a encerrar en casa indiscriminadamente será que no hemos aprendido nada.
La conmoción de la pandemia es tal que ha producido un enorme malentendido, como si tuviéramos que resignarnos a convivir con ella para siempre. Si la próxima peste nos vuelve a encerrar en casa indiscriminadamente será que no hemos aprendido nada.
¿Cómo cambia la vivienda cuando el confinamiento la convierte en un único espacio para diversos usos?, planteaba hace unos días un encuentro online organizado por Finsa y la revista Tectónica. ¿Pero es que la casa ha sido alguna vez otra cosa que un espacio multiusos? ¿Acaso durante siglos la casa no ha sido un lugar de trabajo, al menos para la mitad femenina de la humanidad? Los arquitectos Anna y Eugeni Bach le ponían el cascabel al gato: “Tienen que pasar muchas cosas en la vivienda ahora que estamos en ella veinticuatro horas al día, se comparte mucho más el espacio y la flexibilidad de la vivienda se pone a prueba”. Esa es la cuestión: el confinamiento funciona como una gran auditoría de la casa, una suerte de prueba de resistencia que invita a evaluarla y ponerla en cuestión, más allá de la circunstancia pandémica.
Llevamos décadas persiguiendo espacios domésticos flexibles y polivalentes. La idea fuerza, como en los interiores de Joe Colombo de los sesenta, era que un mismo espacio pudiera adaptarse a usos distintos, que cada uso puntual pudiera colonizar toda la casa. Ahora, sin embargo, la palabra flexibilidad cobra un sentido distinto cuando ese espacio polivalente tiene que responder no solo a usos variables sino simultáneos. Ahora que todos estamos en casa a la vez, ¿cómo garantizar al mismo tiempo un espacio para el juego de los niños y el teletrabajo de los adultos sin interferencias? De pronto flexibilidad no es solo fundir espacios mutantes, sino también la posibilidad de segregarlos puntual y eficientemente.
Esa gran auditoría ha rehabilitado a ojos vistas espacios residuales. Balcones y terrazas que habían devenido trasteros de circunstancias se han revelado los nuevos espacios sociales y representativos de la casa. Hemos descubierto aquella vieja sociabilidad zarzuelera del patio de vecinos, la costumbre de saludarse y conversar de balcón a balcón. ¿No hay posibilidades por explorar en las azoteas más allá del soporte de antenas e instalaciones? ¿No será un desperdicio que los patios solo sirvan para tender ropa y los rellanos para transitar por ellos?
Cuando abran los bares dejaremos felizmente de tomar el aperitivo con los amigos por Zoom, pero quizá hayamos descubierto una vía nueva para compartirlo con esos que se mudaron a Londres o Sidney. La casa postpandemia no debe ser una casa para pandemias, solo una casa expandida, mejorada. Aunque en apariencia, como diría Loos, sea como la de ahora con las solapas algo más anchas o la levita algo más larga.
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En la conclusión al cual se llega en el artículo es correcto. Sin embargo, para la realización de una “casa expandida, mejorada”, es no sólo la solución ante la situación actual (que si pone en evidencia la pandemia desde otra perspectiva), sino el llamado a visualizar un conflicto que se ha producido hasta el presente: el hacinamiento.
La perspectiva arquitectónica pospandemia, un punto de partida diferente, da cuenta que el diseño arquitectónico debe de dirigir, no a maquillar, sino a hacer frente al conflicto. El rescate, adaptación, mejoramiento... producir espacios humanos, que cubran las multifacética necesidades del presente.
Nos quedamos con esta frase: "La casa postpandemia no debe ser una casa para pandemias, solo una casa expandida, mejorada."