Arquitectura
Arquitectura: Luces y sombras de ¡ah…, esa profesión tan bella!
Ser arquitecto puede ser maravilloso, pero también tenemos 'pecadillos'. Citamos varios…, con alma crítica y mordaz.
“Architects are the only profession that actually deal in joy and delight, all the others deal in doom and gloom” (Will Alsop).
A mediados de 2018, a colación del fallecimiento del arquitecto británico Will Alsop, se recuperaba una frase suya que decía algo así como que los arquitectos son la única profesión que trata en realidad con el goce y el disfrute mientras que las demás lo hacen con la tristeza y la fatalidad. ¿Es eso cierto o es una percepción que sólo tenemos nosotros los arquitectos sobre nuestro trabajo?
A mediados de 2018, a colación del fallecimiento del arquitecto británico Will Alsop, se recuperaba una frase suya que decía algo así como que los arquitectos son la única profesión que trata en realidad con el goce y el disfrute mientras que las demás lo hacen con la tristeza y la fatalidad. ¿Es eso cierto o es una percepción que sólo tenemos nosotros los arquitectos sobre nuestro trabajo?
Pero antes de eso, habría que ir a la raíz de la pregunta sobre qué tal os va por el estudio. El problema sería más bien por qué todos los arquitectos queremos trabajar en un estudio que sea el nuestro, con nuestro nombre, donde seamos nuestros propios jefes, o con un acrónimo chulo con el que presumir, algo en inglés o que suene bien en ambos idiomas, y si puede ser que se parezca a OMA, MVRDV o a la combinación de palabras que sólo otros arquitectos entenderán. ¿Qué hay de malo en ganarse la vida honradamente o en trabajar para otro y evitar los problemas asociados a la lacra del entrepreneur? Ah, sí. No es nada cool.
Resulta que trabajar para otro tampoco es tan fácil en España. ¿Cuántos estudios de cierto tamaño existen en nuestro país?¿Cuántos de esos emprendedores se han preocupado de cobrar unos honorarios decentes y mantener un equipo capaz de, por ejemplo, competir internacionalmente? Se pueden contar con los dedos de las dos manos y sobran dedos. No exagero.
En lugar de mirar por las finanzas, hemos preferido siempre mirar a las revistas. Gastar dinero en promoción y en buenas fotos de nuestras obras, encargar o hacer maquetas increíbles para conseguir, claro, difusión, prestigio y fama. Lo otro, el ahorro o el equipo, eran secundarios. Nuestra formación empresarial y nuestra preocupación por crear una estructura empresarial siempre ha sido escasa. El arquitecto…, ese manirroto enamorado de su trabajo.
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En lugar de mirar por las finanzas, hemos preferido siempre mirar a las revistas. Gastar dinero en promoción y en buenas fotos de nuestras obras, encargar o hacer maquetas increíbles para conseguir, claro, difusión, prestigio y fama. Lo otro, el ahorro o el equipo, eran secundarios. Nuestra formación empresarial y nuestra preocupación por crear una estructura empresarial siempre ha sido escasa. El arquitecto…, ese manirroto enamorado de su trabajo.
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Acabo, no quiero ser malo. Una vez instalados en el éxito –es un decir–, cuando hemos sido invitados a dar una charla, hemos preferido utilizar un lenguaje entre épico y fantástico, cuando no cursi o incomprensible, en el que utilizábamos expresiones como ‘la entrada se produce’ u otras como ‘la luz resbala por el muro’, salpicadas con palabras inventadas como ‘proyectual’ o/y otras poco conocidas que nos hacían parecer interesantes –o estúpidos, según se mire, esto depende del receptor más que del emisor– como ‘palimpsesto’ o ‘intersticial’, por poner algunos ejemplos.
Nuestra profesión, ¡ah, tan bella!, se ha llenado de arquitectos encantados de conocerse a sí mismos pero, como el poeta, ¿de qué se alimentarán cuando su ego ya no les sacie? La respuesta, ya la sabemos, no está cerca ni se parece a la vida que llevábamos. Puede que esté, como dijo aquel… en desiertos lejanos.
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Respondiendo a la pregunta formulada en la entradilla de este artículo, el trabajo de arquitecto puede ser maravilloso y también un auténtico suplicio, como casi cualquier otro. Es cierto que grandes entusiastas (y también grandes arquitectos), como Alberto Campo Baeza, se ocupan de subrayar las maravillas del ejercicio de arquitecto: una tarea que te cambia la forma de ser y de mirar.
Dicho lo anterior, convertir aquello que debería de servir como sustento en un ejercicio intelectual o de placer nos ha llevado a descuidar el aspecto económico. Cuántas veces hemos oído el ‘nos lo pasamos bien’ como coletilla final a la enumeración de diferentes encargos –la mayoría concursos sin remuneración e iniciativas sin futuro– en respuesta a la pregunta ‘¿qué tal os va por el estudio?’
¡Amigos, no sólo se trataba de pasárselo en grande haciendo maquetas y fotomontajes para concursos! Se trataba, por qué no, de ¡ganar dinero siendo arquitecto!