Arquitectura
‘España Fea’: Crónica de una distopía
El periodista Andrés Rubio revisa abrumadora y exhaustivamente el maltrato español del paisaje natural y construido.
Hace años, Lluís Permanyer, periodista y cronista de la Ciudad Condal, publicó un libro titulado La Barcelona lletja (La Barcelona fea) donde revisaba con agudeza y sentido del humor todo un rosario de ofensas al buen gusto y desafueros urbanísticos más o menos contemporáneos perpetrados en su ciudad. Hace apenas dos meses, Andrés Rubio –que quizá desconoce el libro de Permanyer, al menos no lo cita en su bibliografía– ha ampliado el foco a todo el territorio español con un apasionado y pormenorizado alegato que, en tan breve periodo, ya va por su tercera edición bajo el título permanyeriano, rotundo y descriptivo de España fea (Editorial Debate, 2022).
El libro no deja títere con cabeza ni caso destacado de abuso urbanístico, incuria patrimonial, degradación paisajística u oportunidad perdida de regeneración sin documentar. Tampoco escapan a su escrutinio las buenas prácticas, casos virtuosos y posibles ejemplos a seguir dentro o fuera de las fronteras españolas. Pero no estamos ante un mero inventario indignado de catástrofes, que también; lo que el autor dibuja es el rastro material sobre el territorio de las insuficiencias de la vida política, social y cultural española. Algo así como el dorso de la marca España: la fealdad como síntoma moral, la crónica de una distopía bien real.
El libro no deja títere con cabeza ni caso destacado de abuso urbanístico, incuria patrimonial, degradación paisajística u oportunidad perdida de regeneración sin documentar. Tampoco escapan a su escrutinio las buenas prácticas, casos virtuosos y posibles ejemplos a seguir dentro o fuera de las fronteras españolas. Pero no estamos ante un mero inventario indignado de catástrofes, que también; lo que el autor dibuja es el rastro material sobre el territorio de las insuficiencias de la vida política, social y cultural española. Algo así como el dorso de la marca España: la fealdad como síntoma moral, la crónica de una distopía bien real.
Una escultura kitsch de ‘La Regenta’ frente a la catedral de Oviedo. Foto: Andrés Rubio
Sobre la fealdad de las ciudades españolas
La fealdad española tiene muchas capas. En las ciudades es fácil de detectar por cualquier mirada educada, tanto en los lugares menos accesibles como en aquellos que quedan a la altura de los ojos del paseante. En Madrid o en Barcelona, basta asomarse a la ventana de un edificio central suficientemente alto para descubrir la apoteosis de forúnculos, volúmenes ilegales, cubiertas inverosímiles, patios colmatados y retales mal parcheados que desdicen el orden sugerido por los planos.
Basta también un paseo para coleccionar bajos comerciales que se comportan como costras del edificio al que pertenecen, huecos rasgados que rompen el ritmo de fachada, terrazas cerradas de cualquier manera, pavimentos heterogéneos y de mala calidad, rótulos comerciales de gráfica ínfima o esculturas institucionales como soldaditos de plástico crecidos en escala y fundidos en bronce. La ineficacia de una normativa inabarcable se alía con la incultura y el más estrecho egoísmo del ciudadano, que piensa siempre que nadie tiene derecho a estorbar su santa conveniencia.
Urbanismo y futuro: Bienvenidos a ‘la ciudad de los 15 minutos’
Sobre la fealdad de las ciudades españolas
La fealdad española tiene muchas capas. En las ciudades es fácil de detectar por cualquier mirada educada, tanto en los lugares menos accesibles como en aquellos que quedan a la altura de los ojos del paseante. En Madrid o en Barcelona, basta asomarse a la ventana de un edificio central suficientemente alto para descubrir la apoteosis de forúnculos, volúmenes ilegales, cubiertas inverosímiles, patios colmatados y retales mal parcheados que desdicen el orden sugerido por los planos.
Basta también un paseo para coleccionar bajos comerciales que se comportan como costras del edificio al que pertenecen, huecos rasgados que rompen el ritmo de fachada, terrazas cerradas de cualquier manera, pavimentos heterogéneos y de mala calidad, rótulos comerciales de gráfica ínfima o esculturas institucionales como soldaditos de plástico crecidos en escala y fundidos en bronce. La ineficacia de una normativa inabarcable se alía con la incultura y el más estrecho egoísmo del ciudadano, que piensa siempre que nadie tiene derecho a estorbar su santa conveniencia.
Urbanismo y futuro: Bienvenidos a ‘la ciudad de los 15 minutos’
Hotel Algarrobico, Almería, construido en suelo no urbanizable de especial protección del parque natural de Cabo de Gata-Níjar. Foto: Pedro Armestre / Greenpeace
Pero de todas esas capas que Andrés Rubio levanta una por una, como un arqueólogo o un cirujano paciente, hay dos en que la batalla parece perdida sin remedio. Una es la costa, donde el monocultivo turístico, la codicia de los negocios y la inhibición institucional encuentran el campo idóneo para su alianza.
Como en otros casos, Rubio pone la vista en Francia, donde el presidente Giscard creó en 1975 el Conservatorio del Litoral, un organismo público cuya misión fundamental era comprar terrenos estratégicos en la costa para sustraerlos a la colmatación especulativa y salvar las vistas y el desarrollo acompasado del paisaje. La otra es la arquitectura popular de la España interior, donde la despoblación ha ido acompañada desde hace cincuenta años por la sustitución de los viejos volúmenes y materiales por intervenciones espurias y construcciones ajenas a cualquier criterio de calidad arquitectónica.
► Más reportajes en la sección ‘Arquitectura’ de la revista
Pero de todas esas capas que Andrés Rubio levanta una por una, como un arqueólogo o un cirujano paciente, hay dos en que la batalla parece perdida sin remedio. Una es la costa, donde el monocultivo turístico, la codicia de los negocios y la inhibición institucional encuentran el campo idóneo para su alianza.
Como en otros casos, Rubio pone la vista en Francia, donde el presidente Giscard creó en 1975 el Conservatorio del Litoral, un organismo público cuya misión fundamental era comprar terrenos estratégicos en la costa para sustraerlos a la colmatación especulativa y salvar las vistas y el desarrollo acompasado del paisaje. La otra es la arquitectura popular de la España interior, donde la despoblación ha ido acompañada desde hace cincuenta años por la sustitución de los viejos volúmenes y materiales por intervenciones espurias y construcciones ajenas a cualquier criterio de calidad arquitectónica.
► Más reportajes en la sección ‘Arquitectura’ de la revista
Los 202 metros de altura del Edificio Intempo dominan el skyline de Benidorm. Foto: Drefer
Los pueblos de la Andalucía interior y Benidorm: dos casos singulares
Sería interesante, por cierto, indagar en la expresiva distribución de ese fenómeno. Si un recorrido por los pueblos castellanos, gallegos y de buena parte de la cornisa cantábrica es desolador, no suele llamar la atención el equilibrio, el buen gusto y la persistencia de los modelos tradicionales en la Andalucía interior. No parece que la mera ausencia de tensión especulativa o turística sea explicación suficiente.
En la costa, Rubio no ignora la existencia de modelos distintos e incluso aparentemente contradictorios, como el caso emblemático de Benidorm, un fruto del desarrollismo franquista cuyo ejemplo de densidad y concentración –con insospechadas ventajas desde el punto de vista ambiental– ha merecido la atención de figuras internacionales como Winy Maas o Rem Koolhaas. Sin embargo, ni siquiera la localidad alicantina se ha librado en fechas recientes de intervenciones arquitectónicas que pervierten incluso ese ejemplo contracorriente.
Los pueblos de la Andalucía interior y Benidorm: dos casos singulares
Sería interesante, por cierto, indagar en la expresiva distribución de ese fenómeno. Si un recorrido por los pueblos castellanos, gallegos y de buena parte de la cornisa cantábrica es desolador, no suele llamar la atención el equilibrio, el buen gusto y la persistencia de los modelos tradicionales en la Andalucía interior. No parece que la mera ausencia de tensión especulativa o turística sea explicación suficiente.
En la costa, Rubio no ignora la existencia de modelos distintos e incluso aparentemente contradictorios, como el caso emblemático de Benidorm, un fruto del desarrollismo franquista cuyo ejemplo de densidad y concentración –con insospechadas ventajas desde el punto de vista ambiental– ha merecido la atención de figuras internacionales como Winy Maas o Rem Koolhaas. Sin embargo, ni siquiera la localidad alicantina se ha librado en fechas recientes de intervenciones arquitectónicas que pervierten incluso ese ejemplo contracorriente.
Ermita plateresca San Cosme y San Damian, Ourense. Foto: Iria Cortizo
La fealdad urbanística y arquitectónica de España: una responsabilidad compartida
Ni por un solo momento se sustrae Andrés Rubio a los hechos. La abrumadora cantidad de casos analizados son la mejor vacuna contra cualquier tipo de sesgo en el diagnóstico. En sus propias palabras (pág. 145): “Se puede decir que a España la ha destruido la herencia envenenada y anticultural del franquismo; los políticos que embaucaron a la clase media inoculándole el loco afán por el negocio del piso; los abogados rigoristas y vocacionalmente leguleyos (…); los colegios profesionales de la arquitectura, que se callaron (…); el mal gusto de ricos y nobles; el fracaso del sistema educativo y, por tanto, la obtusa incomprensión hacia los valores de la arquitectura; el silencio y la ignorancia de los medios de comunicación y del mundo de la cultura… Todo eso puede ser cierto en gran medida. Pero hay una razón superior que alcanzaría a explicarlo todo: a España la ha destruido la falta de amor”.
La fealdad urbanística y arquitectónica de España: una responsabilidad compartida
Ni por un solo momento se sustrae Andrés Rubio a los hechos. La abrumadora cantidad de casos analizados son la mejor vacuna contra cualquier tipo de sesgo en el diagnóstico. En sus propias palabras (pág. 145): “Se puede decir que a España la ha destruido la herencia envenenada y anticultural del franquismo; los políticos que embaucaron a la clase media inoculándole el loco afán por el negocio del piso; los abogados rigoristas y vocacionalmente leguleyos (…); los colegios profesionales de la arquitectura, que se callaron (…); el mal gusto de ricos y nobles; el fracaso del sistema educativo y, por tanto, la obtusa incomprensión hacia los valores de la arquitectura; el silencio y la ignorancia de los medios de comunicación y del mundo de la cultura… Todo eso puede ser cierto en gran medida. Pero hay una razón superior que alcanzaría a explicarlo todo: a España la ha destruido la falta de amor”.
Fabrica derribada Babcock&Wilcox en Bilbao. Foto: Rafa Paz
El párrafo es tan desolador como certeramente visionario. Todos esos factores son exhaustivamente examinados. Alguno de ellos, como el agotador leguleyismo que deriva de que buena parte de la clase política española esté integrada por abogados, expertos en crear junglas normativas que asfixian cualquier principio, cualquier vestigio de sentido común, es particularmente sugerente. Pero la clave es esa falta de amor, esa incuria cívica sobre la que se asienta la distopía moral y estética de la fealdad española y que aleja toda complacencia victimista. Esa misma conclusión impregna la mayor parte de los casos virtuosos analizados: Paco Muñoz en Pedraza; Antonio Morillo en Vejer de la Frontera, Martín Almagro y la escuela taller de Albarracín; Xerardo Estévez, el alcalde-arquitecto de Santiago de Compostela, que además de tener claro lo que había de hacerse, entendió que también se le pueden recetar abogados al lado oscuro. Todos ellos movidos por ese amor ilustrado tan escaso.
El párrafo es tan desolador como certeramente visionario. Todos esos factores son exhaustivamente examinados. Alguno de ellos, como el agotador leguleyismo que deriva de que buena parte de la clase política española esté integrada por abogados, expertos en crear junglas normativas que asfixian cualquier principio, cualquier vestigio de sentido común, es particularmente sugerente. Pero la clave es esa falta de amor, esa incuria cívica sobre la que se asienta la distopía moral y estética de la fealdad española y que aleja toda complacencia victimista. Esa misma conclusión impregna la mayor parte de los casos virtuosos analizados: Paco Muñoz en Pedraza; Antonio Morillo en Vejer de la Frontera, Martín Almagro y la escuela taller de Albarracín; Xerardo Estévez, el alcalde-arquitecto de Santiago de Compostela, que además de tener claro lo que había de hacerse, entendió que también se le pueden recetar abogados al lado oscuro. Todos ellos movidos por ese amor ilustrado tan escaso.
Esqueleto de un hotel (ahora paralizado) en la Playa de la Tejita, Tenerife. Foto: Andrés Rubio
Por supuesto, muchas conclusiones apuntadas por Andrés Rubio pueden y deben discutirse, pero incluso esas resultan inspiradoras. Entre las más interesantes está la idea de que, no pocas veces, más importante que hacer algo es decidir, al modo del escribiente Bartleby, no hacerlo. La respuesta del presidente Giscard cuando fue interrogado por lo que pensaba hacer con los terrenos adquiridos por su Conservatorio del Litoral es esclarecedora: “Naturalmente, nada”.
La misma sensatez radical que llevó a los arquitectos Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal, Pritzker de 2021, a decidir que nada había que hacer en la plaza de Burdeos que les encargaron intervenir. Quizá por eso en París puede admirarse en todo su esplendor la magnífica sala de operaciones decimonónica de la Société Générale, mientras que en Madrid se ha vaciado toda una manzana de gran arquitectura bancaria de esa época para albergar un hórrido complejo hostelero que confunde el lujo con la vulgaridad.
Por supuesto, muchas conclusiones apuntadas por Andrés Rubio pueden y deben discutirse, pero incluso esas resultan inspiradoras. Entre las más interesantes está la idea de que, no pocas veces, más importante que hacer algo es decidir, al modo del escribiente Bartleby, no hacerlo. La respuesta del presidente Giscard cuando fue interrogado por lo que pensaba hacer con los terrenos adquiridos por su Conservatorio del Litoral es esclarecedora: “Naturalmente, nada”.
La misma sensatez radical que llevó a los arquitectos Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal, Pritzker de 2021, a decidir que nada había que hacer en la plaza de Burdeos que les encargaron intervenir. Quizá por eso en París puede admirarse en todo su esplendor la magnífica sala de operaciones decimonónica de la Société Générale, mientras que en Madrid se ha vaciado toda una manzana de gran arquitectura bancaria de esa época para albergar un hórrido complejo hostelero que confunde el lujo con la vulgaridad.
Villa Kanimar: una de las 450 villas marineras destruidas en San Sebastián. Foto: Áncora
Esto no interpela solo a la administración o a los organismos corporativos de los arquitectos. También lo hace a esa élite profesional que sostiene con brillantez el prestigio internacional de la arquitectura española, pero no parece saber o querer hacer oír su voz imprescindible en este debate. Tan imprescindible como este libro, que nos interpela con conocimiento técnico, investigación profunda y lenguaje accesible a cualquier lector medio, a todos los ciudadanos, sobre nuestra falta de amor por lo que es de todos sin ser de nadie. Nuestra indiferencia ante ese drama moral y estético de la fealdad, el rostro material de eso que su autor llama adecuadamente “injusticia espacial”.
CUÉNTANOS…
¿Has leído el libro ‘España Fea’, de Andrés Rubio? Si es así, esperamos tus comentarios
Esto no interpela solo a la administración o a los organismos corporativos de los arquitectos. También lo hace a esa élite profesional que sostiene con brillantez el prestigio internacional de la arquitectura española, pero no parece saber o querer hacer oír su voz imprescindible en este debate. Tan imprescindible como este libro, que nos interpela con conocimiento técnico, investigación profunda y lenguaje accesible a cualquier lector medio, a todos los ciudadanos, sobre nuestra falta de amor por lo que es de todos sin ser de nadie. Nuestra indiferencia ante ese drama moral y estético de la fealdad, el rostro material de eso que su autor llama adecuadamente “injusticia espacial”.
CUÉNTANOS…
¿Has leído el libro ‘España Fea’, de Andrés Rubio? Si es así, esperamos tus comentarios
En 2006, Terence Riley comisarió en el MoMA de Nueva York una exposición titulada On Site. New Architecture in Spain que sirvió a dos generaciones de arquitectos como rampa de lanzamiento al éxito internacional. Andrés Rubio constata una paradoja: la democracia trajo consigo un renovado prestigio de la arquitectura española en el mundo, pero apenas consiguió revertir el galopante deterioro de los paisajes urbanos y naturales que se inició con el desarrollismo franquista de los años sesenta y setenta.
Ese fenómeno, a mi modo de ver, no es homogéneo. Tampoco es un fenómeno específicamente español, aunque aquí se manifieste con especial crudeza. Los primeros ayuntamientos democráticos tomaron medidas de reequilibrio y mejora de la calidad de los tejidos urbanos, sobre todo en las grandes ciudades, aunque ese impulso decayó y aun fue revertido a finales de los noventa y en el nuevo siglo. En cambio, en la costa sobreexplotada y en los núcleos rurales de la España vacía las cosas no mejoraron.