Mundo Houzz
¿Te imaginas cómo sería vivir en la Luna?
En su nuevo libro, 'Artemisa', Andy Weir, autor también de 'El Marciano', habla sobre cómo será la vida en la Luna.
El escritor tiene muy claro que la colonización de la Luna es tan solo cuestión tiempo.
En su novela de ciencia ficción del 2011, El marciano —cuya adaptación cinematográfica protagonizada por Matt Damon fue un éxito de taquilla—, Weir imaginó la posibilidad de explorar el planeta rojo. Su nueva novela, Artemisa, publicada el pasado 14 de noviembre (22 de noviembre en España), gira en torno a la primera y única ciudad lunar ficticia, y que da nombre al relato. Allí vive su protagonista, Jasmine Bashara, también conocida como Jazz, una veinteañera, un poco sabelotodo, que trabaja de botones y sobrevive gracias al contrabando. El dinamismo de la narrativa y los diálogos de Weir son el motor de la acción en este intrigante thriller.
En la misma línea de El Marciano, Weir recurre al realismo científico e investiga a fondo para concebir estructuras y viviendas realistas en la Luna. Hablamos con Weir, que nos atiende por teléfono desde su casa en Mountain View, California (donde se encuentra el Centro de Investigación Ames de la NASA), para charlar sobre cómo concibió la ciudad de Artemisa.
En su novela de ciencia ficción del 2011, El marciano —cuya adaptación cinematográfica protagonizada por Matt Damon fue un éxito de taquilla—, Weir imaginó la posibilidad de explorar el planeta rojo. Su nueva novela, Artemisa, publicada el pasado 14 de noviembre (22 de noviembre en España), gira en torno a la primera y única ciudad lunar ficticia, y que da nombre al relato. Allí vive su protagonista, Jasmine Bashara, también conocida como Jazz, una veinteañera, un poco sabelotodo, que trabaja de botones y sobrevive gracias al contrabando. El dinamismo de la narrativa y los diálogos de Weir son el motor de la acción en este intrigante thriller.
En la misma línea de El Marciano, Weir recurre al realismo científico e investiga a fondo para concebir estructuras y viviendas realistas en la Luna. Hablamos con Weir, que nos atiende por teléfono desde su casa en Mountain View, California (donde se encuentra el Centro de Investigación Ames de la NASA), para charlar sobre cómo concibió la ciudad de Artemisa.
En la parte izquierda de la imagen, observamos el cráter de impacto Aristarco, que es más grande que el Gran Cañón del Colorado, Arizona. La superficie lunar está repleta de minerales que los humanos podrían utilizar para construir estructuras habitables. (Imagen de la NASA)
En estos datos estableció Weir la base científica para su novela. Según los cálculos que llevó a cabo en 2015, si se invirtieran unos 5 millones de dólares en comprar y enviar a la Luna dos reactores nucleares de 15 toneladas métricas, podríamos disponer de energía infinita para empezar las fundiciones. Así es: fundiciones, un proceso de extracción de metales a través del calentamiento y la fusión.
En la superficie lunar abunda un material denominado anortita, un mineral compuesto de calcio, silicio, aluminio y oxígeno. Esta composición resulta de lo más práctica, puesto que si refinamos los elementos de esta roca, obtenemos una gran cantidad de aluminio, ideal para construir estructuras duraderas, que luego se pueden llenar con el oxígeno extraído.
“No requiere siquiera ser excavado, como suele ocurrir en la Tierra —dice Weir—. El mineral se encuentra en la superficie; tan solo hay que recolectarlo”.
En estos datos estableció Weir la base científica para su novela. Según los cálculos que llevó a cabo en 2015, si se invirtieran unos 5 millones de dólares en comprar y enviar a la Luna dos reactores nucleares de 15 toneladas métricas, podríamos disponer de energía infinita para empezar las fundiciones. Así es: fundiciones, un proceso de extracción de metales a través del calentamiento y la fusión.
En la superficie lunar abunda un material denominado anortita, un mineral compuesto de calcio, silicio, aluminio y oxígeno. Esta composición resulta de lo más práctica, puesto que si refinamos los elementos de esta roca, obtenemos una gran cantidad de aluminio, ideal para construir estructuras duraderas, que luego se pueden llenar con el oxígeno extraído.
“No requiere siquiera ser excavado, como suele ocurrir en la Tierra —dice Weir—. El mineral se encuentra en la superficie; tan solo hay que recolectarlo”.
En la novela de Weir, los selenitas viven en cúpulas geodésicas fabricadas con aluminio extraído de las rocas lunares.
¿Dónde viviríamos?
En el relato de ficción, toda la ciudad lunar se construye a partir de aluminio. Siendo las esferas el recipiente a presión más eficiente para contener oxígeno, los domos geodésicos –llamados también “burbujas”– se convierten en las estructuras que conforman Artemisa, con una población de 2.000 habitantes. La mitad de cada esfera se encuentra enterrada para ayudar a retener el aire y minimizar el uso de materiales estructurales.
Cada una recibe el nombre de un astronauta famoso. Armstrong, una burbuja de 100 metros de diámetro, es la primera en construirse, ubicada en lo que constituirá el centro de la ciudad. El resto, dispuestas a su alrededor, tienen un diámetro de 200 metros.
Son estructuras de doble casco: cuentan con una capa exterior de aluminio de 6 centímetros de grosor, seguida por un metro de roca lunar en polvo y otros 6 centímetros de aluminio.
Según Weir, la capa de roca tiene diversos propósitos. En primer lugar, protege el casco interior, de manera que si el casco exterior de aluminio se rompiera, la roca serviría de amortiguador y evitaría la muerte de sus ocupantes.
En segundo lugar, la capa de roca proporciona un aislamiento muy necesario. “Durante el día lunar, la temperatura exterior del satélite es de más de 100 °C, por encima del punto de ebullición del agua —explica Weir—. Durante la noche desciende a -180 °C; por lo que hace más frío que en el congelador más frío que podamos imaginar. Esto se debe a que, a diferencia de la Tierra, la Luna no tiene atmósfera que regule la temperatura. Por tanto, ese metro de roca lunar solucionaría ese problema”.
Weir confiesa que una vez hizo cálculos y se necesitarían miles de años de luz diurna constante para que la temperatura dentro de Artemis cambiara un solo grado. Además, la capa de roca lunar también protegería a los ocupantes de la radiación, que en la Tierra queda bloqueada por la atmósfera y el campo magnético.
Por último, la barrera de arena lunar protege a Artemisa de accidentes: no de meteoritos o fallos de ingeniería –comenta Weir–, sino de los posibles errores de sus ocupantes. “De no ser por esa capa, un simple accidente doméstico con una remachadora podría matar a toda la ciudad—explica—. Es imposible romper ambos cascos de una misma vez. Ni siquiera un armamento militar como un obús podría atravesar ambos cascos de un solo disparo”.
¿Dónde viviríamos?
En el relato de ficción, toda la ciudad lunar se construye a partir de aluminio. Siendo las esferas el recipiente a presión más eficiente para contener oxígeno, los domos geodésicos –llamados también “burbujas”– se convierten en las estructuras que conforman Artemisa, con una población de 2.000 habitantes. La mitad de cada esfera se encuentra enterrada para ayudar a retener el aire y minimizar el uso de materiales estructurales.
Cada una recibe el nombre de un astronauta famoso. Armstrong, una burbuja de 100 metros de diámetro, es la primera en construirse, ubicada en lo que constituirá el centro de la ciudad. El resto, dispuestas a su alrededor, tienen un diámetro de 200 metros.
Son estructuras de doble casco: cuentan con una capa exterior de aluminio de 6 centímetros de grosor, seguida por un metro de roca lunar en polvo y otros 6 centímetros de aluminio.
Según Weir, la capa de roca tiene diversos propósitos. En primer lugar, protege el casco interior, de manera que si el casco exterior de aluminio se rompiera, la roca serviría de amortiguador y evitaría la muerte de sus ocupantes.
En segundo lugar, la capa de roca proporciona un aislamiento muy necesario. “Durante el día lunar, la temperatura exterior del satélite es de más de 100 °C, por encima del punto de ebullición del agua —explica Weir—. Durante la noche desciende a -180 °C; por lo que hace más frío que en el congelador más frío que podamos imaginar. Esto se debe a que, a diferencia de la Tierra, la Luna no tiene atmósfera que regule la temperatura. Por tanto, ese metro de roca lunar solucionaría ese problema”.
Weir confiesa que una vez hizo cálculos y se necesitarían miles de años de luz diurna constante para que la temperatura dentro de Artemis cambiara un solo grado. Además, la capa de roca lunar también protegería a los ocupantes de la radiación, que en la Tierra queda bloqueada por la atmósfera y el campo magnético.
Por último, la barrera de arena lunar protege a Artemisa de accidentes: no de meteoritos o fallos de ingeniería –comenta Weir–, sino de los posibles errores de sus ocupantes. “De no ser por esa capa, un simple accidente doméstico con una remachadora podría matar a toda la ciudad—explica—. Es imposible romper ambos cascos de una misma vez. Ni siquiera un armamento militar como un obús podría atravesar ambos cascos de un solo disparo”.
El libro incluye esta representación gráfica de los dos reactores nucleares y la fundición de aluminio ficticios. En la novela, los empleados utilizan un tren como medio de transporte entre sus puestos de trabajo y la ciudad ficticia de Artemisa.
En el interior de las estructuras de Weir, los suelos y demás superficies duras están construidas a partir de aluminio. Además, los ciudadanos de Artemisa pueden fabricar tanto vidrio como deseen, ya que mediante el proceso de fundición que mencionábamos anteriormente obtienen vidrio a partir del silicio y el oxígeno presente en la roca anortita. Así pues, en la ciudad lunar abundan las ventanas, los recipientes e incluso las vajillas de vidrio.
Por otra parte, Weir asegura que fabricar chips de silicio allí no sería práctico, ya que las instalaciones necesarias para producirlos serían enormes (y la construcción de edificios resulta muy cara) y el peso de los chips es tan pequeño que saldría más a cuenta importarlos desde la Tierra. “No vale la pena fabricar objetos ligeros en la Luna –explica–. Un iPhone pesa unos 100 gramos, así que costaría unos 18 dólares enviarlo a la luna. No vale la pena, por tanto, construir una fábrica allí para ahorrar en gastos de transporte”.
¿Habría arquitectos y diseñadores en la Luna?
El mobiliario de las viviendas también está formado por estructuras de aluminio que, en el caso de los sofás, por ejemplo, se recubren de cojines tapizados importados desde la Tierra. Además, Weir revela que en Artemisa hay arquitectos y decoradores de interiores. “No podría ser de otra forma, hay gente muy adinerada en la ciudad lunar… ¡No van a colocar ellos mismos el papel pintado!”
En el interior de las estructuras de Weir, los suelos y demás superficies duras están construidas a partir de aluminio. Además, los ciudadanos de Artemisa pueden fabricar tanto vidrio como deseen, ya que mediante el proceso de fundición que mencionábamos anteriormente obtienen vidrio a partir del silicio y el oxígeno presente en la roca anortita. Así pues, en la ciudad lunar abundan las ventanas, los recipientes e incluso las vajillas de vidrio.
Por otra parte, Weir asegura que fabricar chips de silicio allí no sería práctico, ya que las instalaciones necesarias para producirlos serían enormes (y la construcción de edificios resulta muy cara) y el peso de los chips es tan pequeño que saldría más a cuenta importarlos desde la Tierra. “No vale la pena fabricar objetos ligeros en la Luna –explica–. Un iPhone pesa unos 100 gramos, así que costaría unos 18 dólares enviarlo a la luna. No vale la pena, por tanto, construir una fábrica allí para ahorrar en gastos de transporte”.
¿Habría arquitectos y diseñadores en la Luna?
El mobiliario de las viviendas también está formado por estructuras de aluminio que, en el caso de los sofás, por ejemplo, se recubren de cojines tapizados importados desde la Tierra. Además, Weir revela que en Artemisa hay arquitectos y decoradores de interiores. “No podría ser de otra forma, hay gente muy adinerada en la ciudad lunar… ¡No van a colocar ellos mismos el papel pintado!”
Este mapa que encontramos en la novela muestra la ubicación de Artemisa, así como el centro de visitantes del Apolo 11, un trayecto de unos 40 kilómetros en tren que cruza el Mar de la Tranquilidad.
¿Cómo sería nuestro día a día?
Debido al alto coste de la construcción en la Luna, las viviendas deberán ser más pequeñas que lo que estamos acostumbrados en nuestro planeta. “Sería como vivir en esos diminutos apartamentos de Tokio que saben aprovechar tan bien el espacio”, comenta Weir. En su novela, la mayoría de los residentes no disponen de cuartos de baño privados –a menos que pertenezcan a la clase media o madia-alta–, ya que no habría espacio suficiente para tantos. La solución pasa por la instalación de baños compartidos para todas las viviendas.
Por otro lado, la mayoría de habitantes no tienen cocina. Y no se trata de una cuestión de espacio, sino que se debe a la estricta normativa antiincendios. Artemisa se compone de buques presurizados, como los submarinos, de modo que un incendio puede ser una catástrofe mayúscula. “En la Tierra, puedes salir de un edificio en llamas y ponerte a salvo, pero en Artemisa quedas atrapado en estos buques a presión rodeado de humo y llamas”, señala el escritor.
Por ese motivo, no se permite a los residentes de la ciudad tener ningún dispositivo inflamable o que se caliente lo suficiente como para provocar un incendio. Así, quedan terminantemente prohibidos los encendedores y, por supuesto, fumar. “Pueden tener un microondas de 500 vatios, pero no un horno”, apunta. Aquellos con suficiente poder adquisitivo como para permitirse una cocina, deberán construirla en una estancia ignífuga aparte, lo que inevitablemente aumenta su coste.
Es importante recordar también que la gravedad en la Luna es una sexta parte de la que hay en la Tierra, así que será necesario dar saltitos con mucha gracia para desplazarse. De tanto en tanto, Weir recuerda a sus lectores este detalle, como cuando uno de los personajes principales, Trond, va a buscar té para sus invitados dando un salto por detrás del sofá.
¿Cómo sería nuestro día a día?
Debido al alto coste de la construcción en la Luna, las viviendas deberán ser más pequeñas que lo que estamos acostumbrados en nuestro planeta. “Sería como vivir en esos diminutos apartamentos de Tokio que saben aprovechar tan bien el espacio”, comenta Weir. En su novela, la mayoría de los residentes no disponen de cuartos de baño privados –a menos que pertenezcan a la clase media o madia-alta–, ya que no habría espacio suficiente para tantos. La solución pasa por la instalación de baños compartidos para todas las viviendas.
Por otro lado, la mayoría de habitantes no tienen cocina. Y no se trata de una cuestión de espacio, sino que se debe a la estricta normativa antiincendios. Artemisa se compone de buques presurizados, como los submarinos, de modo que un incendio puede ser una catástrofe mayúscula. “En la Tierra, puedes salir de un edificio en llamas y ponerte a salvo, pero en Artemisa quedas atrapado en estos buques a presión rodeado de humo y llamas”, señala el escritor.
Por ese motivo, no se permite a los residentes de la ciudad tener ningún dispositivo inflamable o que se caliente lo suficiente como para provocar un incendio. Así, quedan terminantemente prohibidos los encendedores y, por supuesto, fumar. “Pueden tener un microondas de 500 vatios, pero no un horno”, apunta. Aquellos con suficiente poder adquisitivo como para permitirse una cocina, deberán construirla en una estancia ignífuga aparte, lo que inevitablemente aumenta su coste.
Es importante recordar también que la gravedad en la Luna es una sexta parte de la que hay en la Tierra, así que será necesario dar saltitos con mucha gracia para desplazarse. De tanto en tanto, Weir recuerda a sus lectores este detalle, como cuando uno de los personajes principales, Trond, va a buscar té para sus invitados dando un salto por detrás del sofá.
Esta otra imagen sacada de la novela muestra la principal atracción turística de la Luna: el famoso lugar de alunizaje del Apolo 11. Puesto que no hay atmósfera ni viento, las huellas y marcas de la llegada del hombre a la luna permanecen intactas.
¿Qué comeríamos?
Teniendo en cuenta la economía y los gastos de envío, importar alimentos a la Luna no sería nada barato. “Los humanos consumimos alrededor de 500 gramos de alimentos al día —recalca Weir (en este caso, serían 500 gramos de alimentos deshidratados que se rehidratarían allí)—. Eso corresponde a unos 100 dólares diarios solo en transportar esa comida, además del precio que esta tenga”.
El héroe de Weir en El Marciano, Mark Watney, logra cultivar patatas en Marte utilizando sus propios excrementos. Llevar a la Luna ese tipo de producción de alimentos, es decir, mediante el cultivo local, no sería posible para una comunidad de 2.000 residentes. “Los cultivos ocupan demasiado espacio, y allí no disponemos de él”, asegura Weir.
De lo que sí disponemos es de una deliciosa alga –algas clorela (Chlorella), para ser más precisos–. Sí, es verde. Y sí, se conoce comúnmente como “mugre” en Artemisa. “Pero es un alimento de lo más nutritivo para los humanos –explica Weir–. Cumple con todos los requisitos. Puedes hacer cosas fascinantes con una cuba de esta alga. Además, se puede ajustar la cantidad de luz que recibe para producir más proteína o más azúcar, de manera que es posible modificarla para lograr una dieta equilibrada. Otra de sus ventajas es que se pueden producir grandes cantidades en muy poco tiempo.
También es posible adquirir extractos aromatizantes para añadir a la solución de clorela e importarlos, como los que le aportan sabor de caldo de pollo y “toda una selección de sabores inventados”, añade Weir, como es el caso de la popular fórmula #3 de Myrtle Goldstein. El autor deja el sabor de esta última a la imaginación del lector.
Este diagrama de la novela muestra la ubicación del centro de visitantes cerca del alunizaje del Apolo 11. Como señala el escritor, no se puede esperar que una ciudad prospere sin turismo, y ese sector es el principal impulsor de la economía en Artemisa. ¿Por qué si no iríamos a la luna? Por la “mugre” no, desde luego.
¿Qué comeríamos?
Teniendo en cuenta la economía y los gastos de envío, importar alimentos a la Luna no sería nada barato. “Los humanos consumimos alrededor de 500 gramos de alimentos al día —recalca Weir (en este caso, serían 500 gramos de alimentos deshidratados que se rehidratarían allí)—. Eso corresponde a unos 100 dólares diarios solo en transportar esa comida, además del precio que esta tenga”.
El héroe de Weir en El Marciano, Mark Watney, logra cultivar patatas en Marte utilizando sus propios excrementos. Llevar a la Luna ese tipo de producción de alimentos, es decir, mediante el cultivo local, no sería posible para una comunidad de 2.000 residentes. “Los cultivos ocupan demasiado espacio, y allí no disponemos de él”, asegura Weir.
De lo que sí disponemos es de una deliciosa alga –algas clorela (Chlorella), para ser más precisos–. Sí, es verde. Y sí, se conoce comúnmente como “mugre” en Artemisa. “Pero es un alimento de lo más nutritivo para los humanos –explica Weir–. Cumple con todos los requisitos. Puedes hacer cosas fascinantes con una cuba de esta alga. Además, se puede ajustar la cantidad de luz que recibe para producir más proteína o más azúcar, de manera que es posible modificarla para lograr una dieta equilibrada. Otra de sus ventajas es que se pueden producir grandes cantidades en muy poco tiempo.
También es posible adquirir extractos aromatizantes para añadir a la solución de clorela e importarlos, como los que le aportan sabor de caldo de pollo y “toda una selección de sabores inventados”, añade Weir, como es el caso de la popular fórmula #3 de Myrtle Goldstein. El autor deja el sabor de esta última a la imaginación del lector.
Este diagrama de la novela muestra la ubicación del centro de visitantes cerca del alunizaje del Apolo 11. Como señala el escritor, no se puede esperar que una ciudad prospere sin turismo, y ese sector es el principal impulsor de la economía en Artemisa. ¿Por qué si no iríamos a la luna? Por la “mugre” no, desde luego.
Entonces, ¿es posible colonizar la Luna?
Andy Weir –aquí retratado–asegura que ya tenía muchos de los cálculos matemáticos y los detalles de la colonización de la Luna guardados en un disco duro. “Soy un apasionado del espacio, qué queréis que os diga –comenta–. Los humanos tenemos un conocimiento más amplio de los campos que despiertan nuestro interés. Si uno siente pasión por los engranajes y la mecánica, probablemente sepa un montón de coches. Lo mío es el espacio”.
Weir tuvo que hacer avanzados cálculos e investigar sobre el proceso de fundición de la anorita para dar más realismo a su relato. Y asegura que la teoría se sostiene. De todas formas, no tarda en señalar que no dio con nada que un científico no hubiera estudiado ya. “Ningún ingeniero de la NASA leerá mi libro y dirá: ‘Anda, no habíamos caído en esto’”, apunta.
En cuanto al futuro más lejano y a todo el tema de la colonización de Marte (presta atención, Elon Musk), Weir opina que tendremos asentamientos permanentes en la Luna mucho antes que en Marte. “El satélite es mucho más accesible”.
Andy Weir –aquí retratado–asegura que ya tenía muchos de los cálculos matemáticos y los detalles de la colonización de la Luna guardados en un disco duro. “Soy un apasionado del espacio, qué queréis que os diga –comenta–. Los humanos tenemos un conocimiento más amplio de los campos que despiertan nuestro interés. Si uno siente pasión por los engranajes y la mecánica, probablemente sepa un montón de coches. Lo mío es el espacio”.
Weir tuvo que hacer avanzados cálculos e investigar sobre el proceso de fundición de la anorita para dar más realismo a su relato. Y asegura que la teoría se sostiene. De todas formas, no tarda en señalar que no dio con nada que un científico no hubiera estudiado ya. “Ningún ingeniero de la NASA leerá mi libro y dirá: ‘Anda, no habíamos caído en esto’”, apunta.
En cuanto al futuro más lejano y a todo el tema de la colonización de Marte (presta atención, Elon Musk), Weir opina que tendremos asentamientos permanentes en la Luna mucho antes que en Marte. “El satélite es mucho más accesible”.
Artemisa (Penguin Random House), se publica el 14 de noviembre de 2017
¿Por qué a Weir le atrae tanto la idea de colonizar Marte y la Luna? “No hay ninguna razón de peso por la que debamos ir a la Luna o al espacio en general —dice—. Hay gente que argumenta que, gracias a ello, acabamos inventando otras cosas, como ha ocurrido con el ramen instantáneo, el marcapasos, o materiales como Velcro® o Teflón®; que acaban suponiendo mejoras para la humanidad. No obstante, si reuniéramos el dinero que se destina a una misión espacial y lo invirtiéramos en la investigación de productos, podríamos inventar muchas más cosas”.
“Mi argumento a favor de la inversión en misiones espaciales es que cuanto más mejore nuestra tecnología espacial, más barata será. Cuando llegue a un punto en el que la clase media pueda permitirse el lujo de viajar al espacio, tendremos una industria espacial justificable, como cuando nació la industria aérea. Y este nuevo sector multimillonario nos acabará beneficiando a todos: habrá más puestos de trabajo, más tecnología y lo desestabilizará todo, pero de forma positiva. Del mismo modo que ocurrió con el boom tecnológico, habrá un boom espacial. Y eso no puede ocurrir sin desarrollar antes la tecnología necesaria”.
CUÉNTANOS…
¿Has leído Artemisa? ¿Te gustaría viajar a la Luna? Esperamos tu opinión en la sección de comentarios
¿Por qué a Weir le atrae tanto la idea de colonizar Marte y la Luna? “No hay ninguna razón de peso por la que debamos ir a la Luna o al espacio en general —dice—. Hay gente que argumenta que, gracias a ello, acabamos inventando otras cosas, como ha ocurrido con el ramen instantáneo, el marcapasos, o materiales como Velcro® o Teflón®; que acaban suponiendo mejoras para la humanidad. No obstante, si reuniéramos el dinero que se destina a una misión espacial y lo invirtiéramos en la investigación de productos, podríamos inventar muchas más cosas”.
“Mi argumento a favor de la inversión en misiones espaciales es que cuanto más mejore nuestra tecnología espacial, más barata será. Cuando llegue a un punto en el que la clase media pueda permitirse el lujo de viajar al espacio, tendremos una industria espacial justificable, como cuando nació la industria aérea. Y este nuevo sector multimillonario nos acabará beneficiando a todos: habrá más puestos de trabajo, más tecnología y lo desestabilizará todo, pero de forma positiva. Del mismo modo que ocurrió con el boom tecnológico, habrá un boom espacial. Y eso no puede ocurrir sin desarrollar antes la tecnología necesaria”.
CUÉNTANOS…
¿Has leído Artemisa? ¿Te gustaría viajar a la Luna? Esperamos tu opinión en la sección de comentarios
La acción de Artemisa se desarrolla hacia finales del siglo XXI. Para entonces, una potente industria espacial comercial habrá reducido drásticamente el coste de viajar a la Luna. En este futuro ficticio imaginado por Weir, el turismo domina el sector: “¡Disfrute de un crucero espacial de dos semanas —ida y vuelta— y otras dos semanas explorando la ciudad lunar! El viaje incluye una visita al lugar del alunizaje del Apolo 11, desde donde podrá contemplar el majestuoso planeta Tierra. No se lo piense: ¡este paquete vacacional puede ser suyo por tan solo 70 000 dólares!”
Weir no duda que mucha gente pediría una segunda hipoteca para pagarse ese mes en el espacio…
El escritor, que trabajó durante 20 años como ingeniero de software y es un gran aficionado a la física relativista, la mecánica orbital y la historia de los vuelos espaciales tripulados, llevó a cabo un análisis económico exhaustivo en 2015 para calcular cuánto costaría transportar mercancías a la Luna: el resultado fueron 6 gramos por dólar. Este índice de conversión convertiría el envío de materiales de construcción a la superficie lunar en algo extremadamente caro. Sin embargo, si se pudiera sacar el máximo rendimiento a un recurso ya presente en la Luna, todo resultaría mucho más factible.