Jardín de la semana: El oasis mediterráneo del Museo Sorolla de Madrid
En pleno centro de la capital, entre dos arterias llenas de tráfico, el Museo Sorolla ofrece un espacio donde domina el ruido del agua.
Pepe Plana
15 de junio de 2015
La casa que el excepcional y luminoso pintor Joaquín Sorolla se hizo en Madrid en 1910 es un sueño. Colgados de las paredes altísimas de tres salones tapizados en salmón se encuentran sus mejores cuadros. Son las bañistas, pescadoras, niños…, todos ellos utilizando de un modo u otro las aguas de las playas de su Valencia natal. El jardín, de lo más mediterráneo, merece ser disfrutado con calma. En Martínez Campos, cerca del Paseo de la Castellana, entre ruidos de motores atascados en el asfalto y gente que va de un lado a otro, se entra en una especie de patio grande, o jardín chiquitín, con dos niveles y tres ambientes. El que entra aquí, cambia el chip de forma automática. En primer lugar, ya no se escucha la calle. Los desagradables sonidos del asfalto se cambian por lo que Neil Diamond llamaría “Beautiful Noise”. Porque en el jardín del Museo Sorolla lo que impera es el sonido del agua y los pájaros. Los árboles de alineación de la calle son altos y los del jardín no. Parece como si una cúpula invisible impidiera que se escaparan los sonidos.
El acceso principal a la casa es un verdadero homenaje al Mediterráneo, con un naranjo y un almendro como especies protagonistas. Son multitud las obras maestras de Sorolla con ‘su mar’ de fondo: Pescadores valencianos, Comiendo en la barca, Cosiendo la vela, Mediodía en la playa de Valencia, y muchas más.
Los parterres, con algunas rosas de tallo alto en su interior, están bordeados por boj y aligustre; todo de lo más popular y clásico a la vez.
Los parterres, con algunas rosas de tallo alto en su interior, están bordeados por boj y aligustre; todo de lo más popular y clásico a la vez.
Como Monet, Sorolla dedicó sus esfuerzos a la creación de su jardín, verdadero universo a su medida en el que se miraba y en el que se encontraba para disfrutar pensando, mirando, pintando…
Aquí, el agua es una constante, presente en un par de estanques, ambos con surtidores, y un par de fuentes. De hecho, y para ilustrar lo que decimos, este paseo alrededor de la lámina de agua entre geranios y chorros curvos de surtidores, pisando baldosas de barro y vidriado, para alcanzar la escultura del fondo sobre un acogedor banco mediterráneo.
Como marco del rincón íntimo, setos de boj y aligustre que permiten el aislamiento con otras zonas del jardín.
Aquí, el agua es una constante, presente en un par de estanques, ambos con surtidores, y un par de fuentes. De hecho, y para ilustrar lo que decimos, este paseo alrededor de la lámina de agua entre geranios y chorros curvos de surtidores, pisando baldosas de barro y vidriado, para alcanzar la escultura del fondo sobre un acogedor banco mediterráneo.
Como marco del rincón íntimo, setos de boj y aligustre que permiten el aislamiento con otras zonas del jardín.
En el último cuarto del siglo XIX, el impresionismo llegó a España. Sorolla fue de los mejores, de los más brillantes, y en su jardín imaginamos cómo debió divertirse pintando rincones como éste en sus últimos años. Hortensias (en primer plano) y aspidistras eran, sin duda, algunas de las especies favoritas de su esposa y gran amor: Clotilde.
8 porches que te harán soñar
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La aspidistra en macetón se asoma al jardín para conferirle ese carácter cálido y decadente que emana.
Esta especie sudafricana, denominada asimismo orejas de burro y hojas de lechería, fue la primera planta de interior ‘exótica’ utilizada en nuestra sociedad moderna. Antes que ella, sólo autóctonas: laureles, limoneros, palmeras datileras…
No fue hasta los últimos años sesenta en que, precisamente los valencianos como Sorolla, comenzaron a criar especies en invernadero para venta como plantas de interior: sansevieras, ficus, begonias, cóleos…
No resulta sorprendente, entonces, la ausencia de plantas de interior en los hogares en los primeros años del siglo XX.
Esta especie sudafricana, denominada asimismo orejas de burro y hojas de lechería, fue la primera planta de interior ‘exótica’ utilizada en nuestra sociedad moderna. Antes que ella, sólo autóctonas: laureles, limoneros, palmeras datileras…
No fue hasta los últimos años sesenta en que, precisamente los valencianos como Sorolla, comenzaron a criar especies en invernadero para venta como plantas de interior: sansevieras, ficus, begonias, cóleos…
No resulta sorprendente, entonces, la ausencia de plantas de interior en los hogares en los primeros años del siglo XX.
Decíamos que el sonido del agua es esencial en el jardín. Hay que tener en cuenta la pasión del artista por las playas de Valencia, pero también San Sebastián, Biarritz, Jávea… Esta pequeña fuente que emerge de una pileta-bebedero de pájaros, es típico ejemplo de la forma de disfrutar de sonidos acuáticos familiares por doquier.
La plazuela mantiene una fuerte inspiración a patio simétrico, casi claustro. El paseo era la actividad que debía favorecerse en un jardín tan pequeño. Para ello era necesario contar con la mayor cantidad de recorridos, de caminos…
La plazuela mantiene una fuerte inspiración a patio simétrico, casi claustro. El paseo era la actividad que debía favorecerse en un jardín tan pequeño. Para ello era necesario contar con la mayor cantidad de recorridos, de caminos…
Sorolla empleó, de forma casi exclusiva, los últimos diez años de su vida productiva a su más grandiosa realización, el mural de la Hispanic Society de Nueva York (4 metros de altura por 70 de longitud).
Pero alternó esta actividad principal con plasmar en el lienzo rincones de su jardín, como éste: vistas sobre el estanque principal con esculturas charlando de pie entre magnolios y aligustres. En el agua, las estrellas son las calas.
Quedaron atrás los mares, las barcas, las velas y los bañistas.
Quedaba el jardín de Madrid…
Pero alternó esta actividad principal con plasmar en el lienzo rincones de su jardín, como éste: vistas sobre el estanque principal con esculturas charlando de pie entre magnolios y aligustres. En el agua, las estrellas son las calas.
Quedaron atrás los mares, las barcas, las velas y los bañistas.
Quedaba el jardín de Madrid…
El boj esférico es el único ejemplar descollante en el regato entre surtidores en arco flanqueados por geranios en tiesto.
El mosaico y las baldosas son importantes en un jardín-patio pensado para la estancia. Además, el luminoso Levante se encuentra plasmado en estas cerámicas tan clásicas.
En el jardín del Museo Sorolla encontramos dos niveles, con presencia de láminas de agua en ambos, y surtidores vibrantes por doquier. Una delicia para los sentidos en el centro de Madrid.
Grandes ideas para pequeños balcones
El mosaico y las baldosas son importantes en un jardín-patio pensado para la estancia. Además, el luminoso Levante se encuentra plasmado en estas cerámicas tan clásicas.
En el jardín del Museo Sorolla encontramos dos niveles, con presencia de láminas de agua en ambos, y surtidores vibrantes por doquier. Una delicia para los sentidos en el centro de Madrid.
Grandes ideas para pequeños balcones
El patio es verdaderamente atractivo por lo diáfano, lo limpio. Sólo contiene esa isla central con mirtos y rododendros sobre escalones de cerámica en su color: el azul. Alrededor, una encrucijada de caminos que parten de un vial perimetral y junto a la casa, un par de palmeras reales, magnolios en macetón y las arcadas del porche.
Una hemiplejia impidió a Sorolla pintar en los últimos tres años de su vida, justo al regresar de su enorme triunfo en Nueva York, decorando la Hispanic Society.
Así que su casa y su jardín se convirtieron en su entorno. Sus salidas a los caminos, estancias y rincones del exterior fueron divertimento y necesidad.
Este gran banco de cerámica, bajo escudos y blasones, presidido por una gran adelfa arbórea, fue escogido con frecuencia por el pintor para charlas y pensamientos.
Así que su casa y su jardín se convirtieron en su entorno. Sus salidas a los caminos, estancias y rincones del exterior fueron divertimento y necesidad.
Este gran banco de cerámica, bajo escudos y blasones, presidido por una gran adelfa arbórea, fue escogido con frecuencia por el pintor para charlas y pensamientos.
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