Decoración
Estados Unidos
Interiorismo y decoración para entusiastas de Edgar Allan Poe
Con mucha ironía, el escritor norteamericano se ocupa de los interiores y, de paso, retrata a sus compatriotas.
Edgar Allan Poe (1809-1849) fue el primer maestro moderno del relato breve, creador del género policial, referencia fundamental del cuento de terror y uno de los grandes poetas románticos americanos. También fue el primero que describió en sus narraciones la fisonomía de los lugares además de la de los personajes (“Poe es el primer fisonomista de los espacios domésticos”, escribió Walter Benjamin). Por eso tiene un valor singular su Filosofía del mueble, un breve ensayo que publicó en mayo de 1840 en la Burton’s Gentleman’s Magazine de Filadelfia, de la que era colaborador habitual, y que recientemente ha sido reeditado en español.
Portada del libro ‘Filosofía del Mueble’, de Edgar Allan Poe (Casimiro, 2017)
La descripción de los interiores domésticos pasó a ser un asunto de interés para los novelistas porque en el siglo XIX su decoración dejó de ser una preocupación exclusiva de la aristocracia y las clases dominantes para extenderse al ámbito de la pequeña burguesía.
La industrialización abarató la manufactura de muebles y accesorios para el hogar y permitió que los estilos históricos fueran reproducidos e imitados a gran escala. Comerciantes y funcionarios estaban de pronto en condiciones de aspirar a un hogar que no solo satisficiera sus necesidades de confort, sino también sus veleidades estéticas y representativas, y una verdadera eclosión de catálogos, revistas e iniciativas comerciales surgieron en respuesta a ese nuevo interés.
La descripción de los interiores domésticos pasó a ser un asunto de interés para los novelistas porque en el siglo XIX su decoración dejó de ser una preocupación exclusiva de la aristocracia y las clases dominantes para extenderse al ámbito de la pequeña burguesía.
La industrialización abarató la manufactura de muebles y accesorios para el hogar y permitió que los estilos históricos fueran reproducidos e imitados a gran escala. Comerciantes y funcionarios estaban de pronto en condiciones de aspirar a un hogar que no solo satisficiera sus necesidades de confort, sino también sus veleidades estéticas y representativas, y una verdadera eclosión de catálogos, revistas e iniciativas comerciales surgieron en respuesta a ese nuevo interés.
La extensión de un interiorismo consciente, con ambiciones artísticas, más allá de la aristocracia de la sangre y el dinero planteó enseguida un problema central, el de la baja calidad de los nuevos productos industriales respecto a las nobles manufacturas artesanales de antaño. Ese es el origen del diseño industrial tal como lo entendemos hoy, planteado en Gran Bretaña a mediados del siglo XIX como un verdadero problema de Estado.
Casa en el Bronx, Nueva York, donde Poe vivió con su mujer, Virginia Clemm, entre 1846 y 1849. Foto: Shannon McGee
Poe, sin embargo, considera que el problema de los interiores americanos radica en el espíritu advenedizo de sus conciudadanos. “Siendo [en América] el dólar la noción máxima de aristocracia, ostentar peculio viene a ser el único medio de distinción aristocrática, y el pueblo, buscando modelos en los de arriba, acaba insensatamente confundiendo dos ideas cabalmente distintas, la magnificencia y la belleza. (…) El precio de un mueble acaba siendo entre nosotros casi el único criterio de su valor desde un punto de vista decorativo”. De modo que “no puede haber nada más perfectamente ofensivo a los ojos de un artista que la visión de lo que, en los Estados Unidos, llamamos un apartamento debidamente amueblado”. Sin duda, Poe piensa en las casas de los plutócratas neoyorquinos y bostonianos, repletas de antigüedades y muebles de estilo importados sin ningún criterio unitario, que en realidad no están tan lejos como él pudiera pensar de los interiores de los palacios que la alta burguesía vienesa levanta veinte años más tarde en la Ringstrasse de la capital imperial.
Poe, sin embargo, considera que el problema de los interiores americanos radica en el espíritu advenedizo de sus conciudadanos. “Siendo [en América] el dólar la noción máxima de aristocracia, ostentar peculio viene a ser el único medio de distinción aristocrática, y el pueblo, buscando modelos en los de arriba, acaba insensatamente confundiendo dos ideas cabalmente distintas, la magnificencia y la belleza. (…) El precio de un mueble acaba siendo entre nosotros casi el único criterio de su valor desde un punto de vista decorativo”. De modo que “no puede haber nada más perfectamente ofensivo a los ojos de un artista que la visión de lo que, en los Estados Unidos, llamamos un apartamento debidamente amueblado”. Sin duda, Poe piensa en las casas de los plutócratas neoyorquinos y bostonianos, repletas de antigüedades y muebles de estilo importados sin ningún criterio unitario, que en realidad no están tan lejos como él pudiera pensar de los interiores de los palacios que la alta burguesía vienesa levanta veinte años más tarde en la Ringstrasse de la capital imperial.
Habitación de Virginia Clemm, mujer de Poe, en la casa en la que vivieron en el Bronx, Nueva York
De hecho, lo que Poe rechaza es lo que llama “amueblamiento disonante”, donde “la falta de armonía suele notarse en la disparidad de estilo entre los distintos muebles, y más aún entre sus colores y entre los diferentes usos a que son destinados”. Poe no recomienda estos u otros muebles, sino que aboga por una idea de unidad, por el control de formas y colores afines entre sí de forma que una habitación o una casa sean percibidas como el fruto de una voluntad unitaria, aunque no necesariamente homogénea. El valor intrínseco de cada pieza no es tan importante como ese criterio unitario que prima el buen gusto sobre la ostentación.
Resulta curioso comparar este manifiesto pionero del interior americano con la más célebre propuesta que ese país produjera 100 años más tarde de la mano de Charles y Ray Eames, que bajo la máxima select and arrange predicaban la acumulación de piezas muy distintas que resonaran por contraste simpático, un método que sus colegas británicos Alison y Peter Smithson veían reveladoramente semejante al arreglo floral.
De hecho, lo que Poe rechaza es lo que llama “amueblamiento disonante”, donde “la falta de armonía suele notarse en la disparidad de estilo entre los distintos muebles, y más aún entre sus colores y entre los diferentes usos a que son destinados”. Poe no recomienda estos u otros muebles, sino que aboga por una idea de unidad, por el control de formas y colores afines entre sí de forma que una habitación o una casa sean percibidas como el fruto de una voluntad unitaria, aunque no necesariamente homogénea. El valor intrínseco de cada pieza no es tan importante como ese criterio unitario que prima el buen gusto sobre la ostentación.
Resulta curioso comparar este manifiesto pionero del interior americano con la más célebre propuesta que ese país produjera 100 años más tarde de la mano de Charles y Ray Eames, que bajo la máxima select and arrange predicaban la acumulación de piezas muy distintas que resonaran por contraste simpático, un método que sus colegas británicos Alison y Peter Smithson veían reveladoramente semejante al arreglo floral.
La sala de lectura en el Poe National Historic Site, inspirada en el ensayo de Poe ‘Filososfía del mueble’
Escritor al fin y al cabo, Poe hace explícita su filosofía del mueble a través de la descripción de “una pequeña y nada ostentosa alcoba cuya decoración era intachable”. Se trata de una habitación alargada, sin sillas y amueblada tan solo con dos divanes, un piano, una mesa octogonal de mármol y una estantería cuajada de libros. Su extremado refinamiento radica en su delicada sinfonía cromática, orquestada por el tono carmesí de las cortinas, alfombra, divanes y de los cristales de las dos amplias ventanas, teñidos de ese color, como el difusor de las lámparas, que contrapuntean sobrios acentos dorados y plateados.
Escritor al fin y al cabo, Poe hace explícita su filosofía del mueble a través de la descripción de “una pequeña y nada ostentosa alcoba cuya decoración era intachable”. Se trata de una habitación alargada, sin sillas y amueblada tan solo con dos divanes, un piano, una mesa octogonal de mármol y una estantería cuajada de libros. Su extremado refinamiento radica en su delicada sinfonía cromática, orquestada por el tono carmesí de las cortinas, alfombra, divanes y de los cristales de las dos amplias ventanas, teñidos de ese color, como el difusor de las lámparas, que contrapuntean sobrios acentos dorados y plateados.
Fachada de la casa en la que Poe vivió en Filadelfia en 1843
Este interior literario ha sido revivido dos veces: una con palabras, en 1996, por la pluma de Roberto Bolaño, que describe su imaginaria reconstrucción de la mano del también imaginario personaje de Edelmira Thompson de Mendiluce, dama argentina de finales del XIX, en un breve relato titulado La habitación ideal.
Este interior literario ha sido revivido dos veces: una con palabras, en 1996, por la pluma de Roberto Bolaño, que describe su imaginaria reconstrucción de la mano del también imaginario personaje de Edelmira Thompson de Mendiluce, dama argentina de finales del XIX, en un breve relato titulado La habitación ideal.
La otra, una reconstrucción en tres dimensiones y a escala real, se puede visitar en la casa que Poe habitó en Filadelfia en 1843 y permite subrayar su parentesco con el tono cotidiano y las gamas claras de los interiores de estilo biedermaier con los que la burguesía centroeuropea de la primera mitad de siglo empezó a presentar una alternativa confortable y elegante a la grandilocuencia palaciega.
Los fondos de plata apagada reaparecen en el último texto que firmó Poe el año de su muerte, un breve apéndice a El dominio de Arnheim titulado El cottage de Landor y que se reproduce casi completo en la edición española de Filosofía del mueble, al igual que el texto de Bolaño. El escritor bostoniano describe con arrobo la inserción de una casa de listones de madera de estilo holandés en un valle neoyorquino al atardecer. Los motivos plateados y verdes en zigzag del papel pintado de la pared se hacen eco del “gris espiritual” de los ojos de Annie, su joven habitante, pero aquí no hay divanes ni tapicerías, sino un canapé blanco de madera de arce y asiento de caña, una mesa redonda, unas sillas y una mecedora.
El cuervo, escrito en 1845, es uno de los poemas más conocidos de Poe. Esta estatua se encuentra frente a la casa de Filadelfia en la que vivió el escritor
William Morris se hubiera sentido a sus anchas en este interior, una versión apenas idealizada de la casa que el propio escritor habitó en un Bronx apenas urbanizado con su mujer y su madre. Igual que Tanizaki podría reconocerse en “la luz lunar, uniforme y tamizada” y en las consiguientes “sombras cálidas” proyectadas por las lámparas Argand de aceite con pantallas de cristal sin pulir que Poe prefería en los interiores frente a la luz brillante de las lámparas de gas. “Las luces titilantes, fluctuantes, son a veces divertidas”, sentenció. “Lo son siempre para niños e idiotas”.
CUÉNTANOS…
¿Has leído algo de Poe? ¿Conocías este libro del que te hemos hablado aquí? Esperamos tus comentarios
William Morris se hubiera sentido a sus anchas en este interior, una versión apenas idealizada de la casa que el propio escritor habitó en un Bronx apenas urbanizado con su mujer y su madre. Igual que Tanizaki podría reconocerse en “la luz lunar, uniforme y tamizada” y en las consiguientes “sombras cálidas” proyectadas por las lámparas Argand de aceite con pantallas de cristal sin pulir que Poe prefería en los interiores frente a la luz brillante de las lámparas de gas. “Las luces titilantes, fluctuantes, son a veces divertidas”, sentenció. “Lo son siempre para niños e idiotas”.
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El título, aparentemente pretencioso, es un recurso irónico que da el tono del texto, en realidad un alegato crítico y humorístico contra el mal gusto que atribuye a los usos domésticos de sus compatriotas: “Hay razón, se dice, hasta en asar huevos, como hay Filosofía hasta en el mueble, una filosofía que ciertamente parece ser peor entendida por los americanos que por cualquiera otra nación civilizada que adorne la faz de la tierra”.
Las novelas siempre hablaron de las personas, pero durante mucho tiempo apenas se ocuparon de las cosas. En el Quijote se describe con detalle la fisonomía del hidalgo Quijano y de tantos otros personajes y, como extensión de ella, esta y otras novelas de la Edad Moderna se explayan a veces sobre su indumentaria y sus objetos personales. Solo en el siglo XIX los narradores empezaron a ocuparse de los lugares habitados por los personajes y las novelas se llenaron de casas, escritorios con cajones secretos, divanes lánguidos, butacas tapizadas, bibliotecas donde los caballeros se retiran a fumar, densos cortinajes.